Cada vez es más frecuente entender las mezcalerías como centros de fiesta, con música bailable y vasos de mezcales semi derramados por pasearse entre la gente, el baile y sí, un poco de borrachera.
Estos centros de consumo también son la última parte de un gran proceso mezclado entre tradición y comercio. Son la salida y financiamiento para que todos, especialmente quienes vivimos en las ciudades, podamos seguir teniendo acceso a estas bebidas de gran deleite (como buenos hedonistas que somos).
Pero hay varios elementos que se esconden disfrazados de fiesta. Podría parecer que actualmente hay un eco de los rituales cuando los mezcales tradicionales tenían una función ceremonial o al menos tenían —o todavía tienen en algunas comunidades— una función social.
Así como la música, la vestimenta, la comida de cada región, el lenguaje, los mezcales posibilitan una conexión entre lo interno, lo que da identidad como persona, con lo externo, lo que da identidad como comunidad. Por un periodo de tiempo, se permite ser recipiente de este elixir y dejar fluir su efecto para vincular lo interno con lo externo, lo terrenal con lo celestial, libre de clichés y vínculos forzados con dioses, conejos y demás “intermediarios”. Es un nexo necesario para estar sanos, purgados. No es necesario estar embriagado para que este catalizador funcione. Es entonces cuando se baila, se llora, se ríe, se enoja, se ilumina, se aísla, se enamora, se aconseja, se canta… no importa qué sea, pero el efecto cobra sentido y el puente entre uno y el otro se manifiesta. Esa comunión, sucede en todo tipo de lugares, desde los más ordinarios hasta los lugares de novedad. El efecto no distingue clases sociales, nacionalidades o idiomas.
Hay principalmente 2 ámbitos donde estos destilados se consumen: En las comunidades productoras y en la ciudades… cada una comprende entornos y realidades distintas, mayordomías, fiestas patronales, peticiones de lluvia en una; trabajo, problemas económicos, celebraciones, asuntos del amor en otra … Ambos escenarios comparten asuntos que comprenden las emociones y que se comparten chocando un vaso y diciendo “salud”. Así se enaltece o aligera el viaje.
Actualmente, hay un ritual (con otra estructura y otra aproximación) que hace una resonancia con aquellos rituales donde un sacerdote daba pie a una comunión con lo sagrado y, tanto entonces como ahora, nuestra alma se siente confortada por el calor que otorga este destilado, por la extensión que hace del paisaje, del sacrificio y del tiempo que están envueltas en un pequeño recipiente de mezcal.
Entonces, sin requisito necesario, exhorto a disfrutar el momento cuando vayamos a tomar ese primer trago de mezcal al llegar a nuestro lugar de preferencia, alzar la copa y brindar por todos los rituales llevados a cabo y todos los azarosos acontecimientos que nos llevaron hasta ese momento. Salud.
Pedro Jiménez G.